Morir en el verano

Si se vive con cierta lucidez y con suerte no tan cierta, acaba uno sonriéndose de su fatuidad de adolescente, desdeñosa con los logros paternos, tan corrientes, tan poco atractivos. Al entrar en la madurez, el desdén se vuelve admiración: ¿cómo lo hicieron, cómo lograron hacerse unas vidas, un trabajo, una casa y una familia?, ¿cómo han podido tanto? Al ir abandonando la juventud, ya se ha sentido la inseguridad de la vida, la menesterosidad de la propia, la incertidumbre. Hacerse un hombre no es fácil, y menos debe de parecerle a las mujeres llegar a serlo. Todo era obvio, y por eso no lo vimos. Algunos –más o menos, según dónde y cuándo– fracasan, y la vida les puede.

Dámaso Alonso escribió un poema, "Destrucción inminente", con el subtítulo "A una rama de avellano": ¿Te quebraré, varita de avellano,/ te quebraré quizás? Oh tierna vida... El poeta siente que está en su mano caprichosa: y aprenderás, oh rama desvalida,/ cuánto pudo la muerte en un verano. Pero decide respetarla, y ,dejándola, toma conciencia de su propia fragilidad, y escribe: Dame otoño también, Señor, que siento/ no sé qué hondo crujir, qué espanto mudo./ Detén, oh Dios, tu llamarada roja.

Cuando ocurrió la muerte de alguien muy joven, y no fue accidental, cuando no pudimos dejar de imputarla a su misma condición juvenil porque decidió darse la que se llamó en un tiempo "muerte desesperada", aunque sin motivo aparente para la desesperación; entonces nos golpearon desde la memoria estos versos  –“dame otoño, Señor”– y fuimos conscientes de que algo podía quebrarse en nuestro interior para siempre. Si pudiéramos haberle explicado al muchacho lo que ahora sabemos, que el mundo y la vida a veces parecen inhabitables, pero no dejan de ser el mismo mundo y –quizá, casi siempre– la misma vida que unos días más tarde, cuando las angustias han pasado, y casi parecen mentira.

Pero también recordamos estos versos –“el hondo crujir”– ante las vidas jóvenes en las que hace presa un espanto mudo que destroza sus espíritus, sus mentes, y los hace incapaces o los deja tarados para la madurez. La dificultad de superar el verano de la existencia, cada vez más largo, de llegar sano al otoño, se hace de esta otra forma insuperable. En este caso, sin embargo, sí cabe algo más que espantarse. A menudo, lo que se necesita para llegar a ser un  hombre o una mujer es que alguien apueste por uno, y le ayude a combatir el viento, o le dé un poco de sombra, o lo enderece para poder crecer derecho. Eso es todo lo que muchos necesitan para llegar a tener otoño ❧

Artículo publicado en ABC el 3 de septiembre de 200

Antonio Castillo Algarra

Profesor, escritor y productor teatral.

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