Sólo Madrid es corte
Ahora que le vuelven a llover obuses, conviene recordar que Madrid es un caso histórico sin igual. Su camino no ha ido desde la vida propia hasta el Estado, no es que la ciudad persuadiese al gobierno para la capital: es que el gobierno mismo hizo la capital y con ella la ciudad. Muchos han visto incomprensible que, con Barcelona o Sevilla a la vista, la mano del Rey pusiese el decreto de la capitalidad en la modesta villa de Madrid. Quizá no se haya ponderado bastante el momento. En 1561 Felipe II gobernaba sobre Castilla y Aragón, Nápoles, los Países Bajos o los virreinatos americanos. Esta gran Monarquía Católica era ante todo una gran incorporación, que como dijo Ortega "no es la dilatación de un núcleo inicial, sino más bien la organización en muchas unidades sociales prexistentes en una nueva estructura". Descartado el eterno peregrinaje por todos los territorios, ¿cómo dar sede al gobierno de tantos Reinos sin deshacer el equilibrio de todas las partes prexistentes y respetadas? Madrid, desprovista de todo lo que tenían sus hermanas capitales europeas, sin grandes ríos, sin un gran templo, ofrecía la especialísima ocasión que buscaba el Rey prudente: no ser de nadie para ser de todos.
Fueran cuales fueran las causas concretas, éste fue el efecto. Se borraron los restos de la ciudad castellana, que se llenó de señores y burócratas de todas partes menos de Madrid. Lo que se observaba desde la lejanía no eran los palacios o iglesias de los madrileños, sino las torres del Alcázar de un Rey con súbditos en Manila, Bruselas o México. De un mismo golpe histórico, cuando ya brillaban Roma, París o Londres, Madrid se hizo para siempre con sus dos rasgos constitutivos: su identificación total con el gobierno del Estado, y con ello su vinculación esencial con la autonomía de todas las partes. La madrileña es desde el comienzo una capitalidad pensada para el equilibrio de las regiones. Vivió su fundación con una Monarquía de muchos reinos y por eso vive hoy su mejor momento en una España de autonomías. Contrariamente a lo que se cree, la salud de Madrid depende directamente del vigor de todas las partes de la vida española. Cuando el centralismo abstracto ha tratado de suprimir la vida de las regiones, como sucedió durante el Franquismo, Madrid ha vivido sus horas más grises. Cuando deja de alimentarse de las distintas vitalidades españolas y de hacer de ellas convivencia, Madrid se llena de un casticismo pobre que se siente cerrado y muy estrecho.
Cuando el joven Josep Pla vino a Madrid en 1921 aún era esto lo que le llamaba la atención: "viniendo de Barcelona, lo que más sorprende de Madrid es encontrarse con una ciudad acabada de hacer, sin ningún vestigio antiguo, sin raíces en el pasado profundo". Barcelona, como otras tantas, es la ciudad del pasado glorioso, menos política, más social, con una gracia propia. Madrid no tiene nada de esto. Tiene, eso sí, la virtud de hacerse transparente: de ahí que sus monumentos no puedan imponerse a las grandes catedrales españolas y su elemento más preciado no sea otra cosa que la luz y el aire madrileño. Madrid ha conseguido ser reiteradamente de todos. No habría habido Siglo de Oro, ni Edad de Plata sin este lugar de todos y de nadie. La coincidencia del cordobés Góngora, el mexicano Ruiz de Alarcón y el madrileño Lope de Vega sólo pudo darse porque "sólo Madrid es corte". Lo mismo puede decirse de la generación del 98, hecha del gallego Valle, los vascos Baroja y Unamuno o el alicantino Azorín en Madrid; de la generación del 14 de Miró, Pérez de Ayala, Sánchez Albornoz, todos con casa en la capital; o los del 27, muchos hospedados en la Residencia de Estudiantes.
Todo intento de llevarse de Madrid las instituciones del Estado no es quitarle a Madrid un privilegio, sino sencillamente quitar Madrid. Es deshacer España desde un punto de vista fundamental: el único que se ha hecho teniendo en cuenta todas regiones. Madrid está hecha de todas las formas de ser español, también las del otro lado del Atlántico y que hoy vuelven en una incomparable ocasión histórica. Madrid es la vertebración de España, es cada una de las partes, libres y plenas en autonomía. Madrid es el Siglo de Oro y la Edad de Plata. Madrid no es de nadie, y es de todos, porque Madrid es desde el principio la Monarquía, y con ella, clave en la estructura nacional de España ❧
Artículo publicado en El Mundo el 16 de junio de 2020