LOS IMPRESCINDIBLES
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Como ejemplo de gran hispanista
John H. Elliott nos ha enseñado las grandezas y las tribulaciones de nuestro siglo XVII, los límites de la famosa decadencia, el movimiento de la gran máquina de una Monarquía que se extendía por ambos mundos, el brillo de las artes y la corte, y todo ello a través de los hombres de carne y hueso. Ha iluminado una región fundamental de la historia de España, y no lo ha hecho por aquella visión desapasionada que se ha atribuido a los hispanistas, sino por declarada pasión. Elliott ha recordado muchas veces cómo empezó su vocación, ante el cuadro velazqueño del conde duque, en el Museo del Prado, a mediados del siglo pasado; cómo no pudo evitar sentir simpatía por aquellos hombres de la Monarquía, que tanto oyeron hablar de «declinación»: algo de lo que él también oyó hablar en la Gran Bretaña de su juventud. Nunca se le ha ocultado que la propia vida debe alimentar la ciencia histórica. Sus últimos libros sobre el mundo Atlántico o Escocia y Cataluña han causado mucho revuelo en los círculos de pretendido «prestigio», pero quienes amamos la historia sospechamos que son menos valiosos, y que sus mejores libros son los que beben del primer entusiasmo personal por el mundo de Felipe IV y su gran valido.
El conde duque de Olivares es una de las grandes obras de la historia de España, sobre las instituciones de la Monarquía, sus problemas, los grandes hechos de la economía y la política entre los siglos XVI y XVII, sin perder vista de la vida personal de los protagonistas. Lo mismo encontramos, acaso más plenamente, en Richelieu y Olivares, que contrasta en pocas páginas los dos mundos, los dos tipos de hombre que se enfrentaron a mediados del siglo XVII –desde lo más íntimo hasta las armas– y que en buena medida decidieron suerte de Occidente. John Elliott no se deja arrastrar por fatalismos; demuestra la pujanza de la Monarquía aún en plena guerra de los treinta años; describe numerosos temas complicados sin abandonar la narración, la forma propia de la Historia, sin olvidar nunca el papel de la libertad y la importancia de cada persona. La España imperial es probablemente el mejor manual de la historia de España entre los siglos XVI y X VII. Y Un palacio para el Rey, escrito en colaboración con el gran Jonathan Brown, es el mejor libro para descubrir la otra faceta de Felipe IV y el conde duque, sin duda la más perdurable: la pasión por las artes. Recomendamos también La rebelión de los catalanes, que desentraña las causas verdaderas de la famosa rebelión catalana de 1640, uno de los hechos más aireados y burdamente manipulados por el nacionalismo, y, por tanto, uno de los libros más necesarios para la España de nuestro tiempo.
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Para estudiar Filosofía de verdad
Historia de la filosofía, de Julián Marías (Alianza, Madrid). Cuando Lolita Franco no era aún ni siquiera novia de Julián Marías, ella y unas compañeras le pidieron a Julián cuando este tenía diecinueve años, que les diera clase para preparar el difícil examen intermedio, que había que aprobar para poder seguir los estudios en la mítica Facultad de Filosofía y Letras de la que era decano García Morente y en la que enseñaban Zubiri, Ortega, José Gaos o Pedro Salinas. Aquellas alumnas sin respeto alguno por su profesor primerizo, que les explicó la Historia entera de la filosofía, hicieron de Marías el escritor, profesor y conferenciante que llegó a ser: el examen les resultó muy bien; vinieron nuevas alumnas para el año siguiente, pero las más interesadas eran las que ya habían aprobado, que quisieron seguir asistiendo a aquellas clases. Al acabar la guerra civil, Julián Marías, recién salido de la cárcel, vivía en una especie de muerte social ante el régimen: las aulas universitarias y la mayoría de periódicos y revistas le estaba vetados. Lolita, que se acabaría casando con él dos años después, le enseñó a Marías sus cuadernos con los apuntes de aquellas lecciones en la facultad. Fueron el germen de este libro que desde entonces ha sido un enorme éxito editorial, que ha ayudado a varias generaciones a entender por primera vez la filosofía y les ha invitado en cada página a ir más allá. Queriendo denigrar a su autor, un catedrático dijo años después: «Ese libro lo entienden hasta las porteras». Cuando se lo contaron a Julián Marías, este respondió que era el mayor halago que le habían hecho a su obra. Para su propio maestro, Ortega, «la claridad es la cortesía del filósofo».
Sería genial acompañar este libro de la Biografía de la filosofía, del propio don Julián, y de las Lecciones preliminares de filosofía, de don Manuel García Morente. Además, y aunque estén agotados se pueden conseguir de viejo, Marías publicó tres tomos con una antología de todos los filósofos más importantes de la Historia: La filosofía en sus textos (ed. Labor, 1950).
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Para saber Historia de España
España, tres milenios de Historia, de Antonio Domínguez Ortiz (Marcial Pons, Madrid, 2020). El catedrático de instituto y gran especialista en la Edad Moderna, don Antonio Domínguez Ortiz, antes de morir, nos dejó en herencia esta rigurosa, apasionante, clara, templada y veraz Historia de España, desde Roma hasta la Transición, en un solo volumen breve, abarcable; que se puede leer salteada o en orden, a la que hay que volver una y otra vez en la vida. Debería ser el manual de los alumnos de segundo de bachillerato si la educación no se encontrase en tal estado. La Historia contada y explicada. Los que estén más verdes en Historia o en lectura, la pueden acudir antes a la Pequeña Historia de España, del también catedrático de instituto, don Manuel Fernández Álvarez, perfecta para empezar a cualquier edad.
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Para entender España e Hispanoamérica
España inteligible, de Julián Marías (1985). Hay quienes sostienen que es morboso y señal de debilidad que una nación se haga cuestión de su propio ser; pero Julián Marías afirma en su obra lo contrario: la preocupación de España por sí misma es señal de vitalidad y autenticidad. España, europea, trasatlántica, el primer estado-nación de la era moderna, pronto convertida en una súper-nación: la Monarquía Hispánica, no es una rareza ajena a la Historia del resto del mundo, sino una de las naciones que más decisivamente ha contribuido a hacerlo.
Muchos y egregios han sido los libros que se han preguntado por España, desde el propio Cervantes, en muchos momentos de su obra, Quevedo, el propio Felipe IV, el padre Feijoo, Jovellanos, Larra, Unamuno, Maetzu, Azorín (Una hora de España), Ortega (España invertebrada), Antonio Machado, Salvador de Madariaga (España), Ramón Menéndez Pidal (Los españoles en la Historia y Los españoles en la literatura), y muchos otros; de hecho, la propia mujer de don Julián publicó una antología de textos (Dolores Franco: España como preocupación). Todos ellos están leídos y repensados por Marías justo cuando ya se había consolidado la Transición y España acababa de dejar atrás algunos de sus años más grises.
España inteligible (“inteligible” significa que se puede entender) lleva el subtítulo: Razón histórica de las Españas; Ortega había descubierto la “razón vital”, como método para explicar “mi vida”, la de cada cual; para explicar la vida de una sociedad, la razón vital se convierte en “razón histórica”, de la que España inteligible resulta ser su mejor aplicación.
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Para conocer a EL CID
El Cid Campeador, de Ramón Menéndez Pidal (1950). Número 1.000 de la que fuera fabulosa Colección Austral, de Espasa-Calpe, y que se ha tenido muchísimo cuidado en no reeditar: ¿cómo se va a reeditar, ni siquiera con la excusa del centenario o de series más o menos ridículas este breve libro de Historia, que es casi una novela, en la que se califica al Cid de: «Héroe español en el sentido más pleno (…), restaurador de cristiandad y europeísmo…(que estableció) la superioridad de la España europea sobre la España islámica»? Todas esas grandes verdades son hoy anatema. Lo podéis encontrar de viejo.
Nadie supo más ni mejor del Cid que don Ramón, al que le debemos que la lectura del poema del Cid se convirtiera en algo normal entre los españoles y los que aprendían nuestra lengua (¿sigue siendo así?), que disfrutáramos de nuestra herencia de 1.000 años de lengua española. Algo parecido hizo casi simultáneamente otro gran héroe intelectual, J.R.R. Tolkien, con la primera gran obra de la literatura inglesa (que no en inglés porque ellos no tienen nuestra suerte), el Bewoulf (germen, en parte, de The Lord of the Rings).
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Para saber de nuestro teatro
Historia del Teatro Español (2 vol.), de Francisco Ruiz Ramón (1967). Dos breves y manejables volúmenes de bolsillo que contienen, el primero: la mejor explicación del teatro español desde sus orígenes, con el Auto de los Reyes Magos, del siglo XII, hasta el siglo de XIX, pasando por cómo Lope de Vega inventa el teatro nacional español y todo el Siglo de Oro hasta el neoclásico y el teatro romántico; el segundo tomo, algo menos inspirado, pero también luminoso, incluye la Edad de Plata de la cultura española, y los nuevos dramaturgos que fueron surgiendo hasta finales de la década de 1960. Por desgracia, hay que conseguirlo de viejo.
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Herramientas para usar bien el español
Para entender y saber usar la lengua española uno debería tener en su mesa unas herramientas mínimas imprescindibles… ¿incluso en mitad de esta revolución digital? Especialmente en esta tesitura.
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La mejor traducción para leer el primero de los grandes libros, que son dos:
La Ilíada y La Odisea, de Homero, es la de Luis Segalá, que afortunadamente sigue reeditando en su colección de bolsillo, Austral, la editorial Espasa-Calpe. De modo que la mejor edición (a no ser que se domine el griego arcaico) resulta ser la más barata. Solo en esta traducción pueden leerse tan bien traídas al español las palabras del poeta ciego: «Los aqueos, de doradas grebas»; «Telémaco, de cuerpo igual a un Dios»; «el ponto, que abunda en grandes cetáceos»; «la soledad que de ti siento»…
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El mejor libro para aprender del más inspirador de nuestros reyes
Carlos V, un hombre para Europa, de Manuel Fernández Álvarez. Catedrático de Instituto, profesor vocacional de clases siempre divertidas, don Manuel dedicó la vida a estudiar sobre todo al inverosímil Carlos. Al final, destiló un libro de bolsillo (Colecc. Austral, Espasa-Calpe), que tuvo un éxito arrollador durante años (se vendía hasta en las gasolineras), y se sigue editando. Quizá no hay mejor libro de Historia académica para iniciarse en el estudio profundo de la Historia. Porque «cuando estamos construyendo una Europa unida, es imprescindible que los europeos tomemos conciencia de nuestro pasado, de todo lo que nos une; de todo lo que, siglo siglo, ha ido forjando nuestra personalidad. Y en este orden de cosas, la figura de Carlos V adquiere un particular valor, tanto por su increíble esfuerzo en pro de Europa, como por la carga ética con que asumió sus funciones de gobernante, incluso en la hora en que decidió despojarse del poder. Pues el soberano de alemanes y españoles, de belgas y holandeses, así como de tantos italianos, y de los que pueblan las espaciosas Américas, entre Río Grande y la Patagonia; el que defiende a Viena frente al turco o el que promueve una y otra vez la unidad de la cristiandad, no puede caer en el olvido.»
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Para empezar a saber de las varias guerras que se solapan ”entre y en” Israel y Palestina
Oh, Jerusalén, de Dominique Lapierre y Larry Collins, pareja de periodistas y escritores que, en 1971, publicaron esta especie de reportaje histórico novelado que, partiendo de 1947, con la votación en la ONU, y de la declaración Balfour de 1917, se remonta hasta el año 70 y el comienzo de la pérdida de Jerusalén por el pueblo judío, hasta la década de 1970. Un libro didáctico y ecuánime, muy entretenido. Un lugar perfecto para comenzar sin caer en la politización o el adanismo.
Esencial para tener una vivencia de aquella fundación del Estado de Israel, del agravio palestino el sionismo, los kibutz… es la película Éxodus, de Otto Preminger (la tenéis en nuestra sección “For the fun of film”), de 1960, es imprescindible, como película y como documento, con algunos de los mejores actores del momento, incluido Paul Newman en estado de gracia.
Por último, las crisis recurrentes de Israel y Palestina no se entienden sin lo que explicaba en su página Juan Pedro Quiñonero, escritor y periodista, quien explica cómo la guerra incluye una guerra civil DENTRO de la propia Palestina, en la que están los palestinos atrapados y de la que también son responsables.
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Para saber de la Guerra Civil española (1936-1939)
Sin caer en exaltaciones neo-franquistas, ni en la censura y manipulación de la llamada “Ley de la Memoria histórica o democrática”, que en realidad busca denigrar la que fue, precisamente, la superación de la guerra y sus consecuencias: la Transición española.
El escrito esencial es el breve ensayo de Julián Marías: «¿Cómo pudo ocurrir?», editado hace poco por la Ed. Fórcola en un tomito, e incluído en varios libros recopilatorios del propio Marías, así como en la que sigue siendo la mejor (a pesar de algunas carencias que nuevos documentos han sacado a la luz) historia de la guerra: La guerra civil española, de Hugh Thomas, en una de sus antiguas ediciones ilustradas por entregas. Don Julián resume la guerra y su resultado en esta frase lapidaria: «Los justamente vencidos; los injustamente vencedores».
Son impagables los cuentos de la guerra, que escribió Manuel Chaves Nogales, recogidos en el volumen A sangre y fuego (disponible ahora en Libros del Asteroide), que todo el mundo debería regalar y leer: «Y murió batiéndose heroicamente por una causa que no era la suya. Su causa, la de la libertad, no había en España quien la defendiese», dice de uno de los personajes. El cuento «Los guerreros marroquíes», ayudará a muchos a comprender a los hombres de allí, y nuestra peculiar relación con ellos.
La obra de teatro del gran Fernando Fernán Gómez: Las bicicletas son para el verano (1977), y la magnífica película que de ella hizo Jaime Chávarri, permiten a los más jóvenes una vivencia del Madrid en guerra y entender que –como el protagonista, Luisito, al que le ha quedado la Física de lo que hoy sería segundo de bachillerato, y por eso le coge la guerra en Madrid– los que se vieron en mitad de una guerra eran gente como ellos, y que se esperaban una guerra semejante tanto como se la pueden esperar ellos hoy.
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Para empezar a estudiar Economía, Historia de la Economía y Hacienda pública, aplicadas a España
Es muy didáctico y se puede entender con unos conocimientos mínimos, el libro de Juan Velarde Fuertes: Cien años de economía española (ed. Encuentro, 2009). La economía mundial, desde finales del siglo XIX hasta hoy, con sus hitos, crisis, instituciones, autores y corrientes del pensamiento económico se van explicando de forma clara. Es un perfecto manual de estudio y libro de lectura.
CADA ESCRITOR, EN UN LIBRO
Por dónde empezar a leer a ciertos escritores, o qué libro suyo elegir si se tiene poco tiempo.
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CELA ,en un libro
Es difícil elegir entre Viaje a la Alcarria y sus Memorias (en dos partes: La rosa y Memorias, entendimientos y voluntades), pero estaría la cosa entre esos dos. El primero es un libro de un viaje en el que Cela sale de una torre que sigue ahí hoy en día, con su placa y todo, en la calle Pintor Rosales de Madrid, y sale a caminar por lo que los cursis llaman desde hace poco «la España vaciada», cuando, en 1948, nadie por esos lares había oído hablar de la que luego sería primera industrial nacional: el turismo. Ahí está el mejor Cela. Pero todo Cela se encuentra solo en sus Memorias, tanto el don Camilo que durante década de 1970 escandalizaba a los pacatos que ya empezaban a ser legión dispuestos a tomar el poder, reconvertidos de franquistas en modernas, con su historia televisiva del Cipote de archidona, y otras gracias escatológicas; como el Cela más auténtico, que él mismo acierta a retratar: «…yo era débil, muy débil y sentimental»; el que adoraba a su madre inglesa que se mezclaba con su sangre gallega; el que solo encontró el amor una vez: aquella chica –ambos aún adolescentes– que al verla morir, destrozada por un obús, en la calle San Bernardo, en Madrid, durante la Guerra civil, le inspiró su primer y último libro de versos. Aquel joven larguirucho, atildado y tímido que, en el fondo, nunca dejó de ser, dedicó en sus Memorias estas palabras a los que vinieron de otros países a luchar a España: «…los aventureros foráneos, fascistas y marxistas, que se hartaron de matar españoles como conejos y a quienes nadie había dado vela en nuestro propio entierro…».
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BAROJA, en un libro
Aunque en los colegios en los que aún se lee algo que merezca la pena, se sigan empeñando en mandar leer a los alumnos El árbol de la ciencia –que es una de las obras más aburridas de don Pío Baroja, cuando él no lo es, una de las que se ha quedado más vieja–, la novela más apropiada para empezar a leerlo cuando se es joven es un libro que son tres, la trilogía de La lucha por la vida, compuesta de: La busca, Mala hierba, y Aurora roja. Manuel llega al Madrid de 1902, los años en que empieza a despertar la bestia del anarquismo; se va a vivir con su madre que trabaja de criada para todo en una pensión porque la familia lo perdió todo unos años antes, y Manuel no vale para estudiar. En los corralones madrileños «había todos los grados y matices de la miseria: desde la heroica, vestida con el harapo limpio y decente, hasta la más nauseabunda y repulsiva». Manuel se encuentra con Roberto, un chico muy distinto a él, que hace observaciones como estas: «¿Te has fijado? ¡Qué pocas caras humanas hay entre los hombres! (…) Es curioso, ¿verdad? Todos los gatos tienen cara de gatos, todos los bueyes tienen cara de bueyes tienen cara de bueyes; en cambio, la mayoría de los hombres no tienen cara de hombres». Roberto busca su fortuna familiar; Manuel busca una salida, un camino; y «la busca» es la actividad de los que rebuscan entre la chatarra y los trastos viejos. Manuel mira a una chica «con una mirada humilde llena de entusiasmo». «¡Anarquía! ¡Literatura! Manuel encontraba una relación entre estas dos cosas, pero no sabía cuál». Nos acordamos de unas palabras de Rubén Darío: «Hace falta siempre a la creación el tiempo perdido en destruir». Todo esto pasaba en el madrileño barrio de Chamberí a comienzos del siglo XX.
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VARGAS LLOSA, en un libro
Algunos escritores han sido extraordinarios lectores; por «extraordinarios» no entendemos que hayan leído muchos libros ni muy rápido, sino que los han comprendido como nadie, y han sabido ver el talento, la invención, el genio, la gracia y las ideas, el lugar de cada libro en la obra del autor. Azorín, Ramón Menéndez Pidal y Julián Marías fueron lectores extraordinarios. Este último sostenía que el mejor libro de Vargas Llosa era una novela divertidísima: La tía Julia y el escribidor. El encantador y magistral juego de varias realidades paralelas entre el serial radiofónico y el culebrón, que se confunde con la narración de su propia peripecia vital, da la medida del talento de Vargas Llosa –quien es, por cierto, uno de los lectores más torpes de entre los escritores de fama y talento–. El amor que cuenta y revive La tía Julia y el escribidor es del tipo que podríamos llamar «mi Annie Hall», el de Woody Allen en su película, precisamente, del mismo año, 1977: el amor de la mujer-amiga, que saca lo mejor del artista; la mujer que el lado más obtuso del hombre suele dejar escapar. Con la historia de la tía Julia uno se ríe casi tanto como con la de Pantaleón, pero de una forma más honda. A veces duele leerla, siente uno al mismo tiempo lástima y agradecimiento por la vida; ganas de preguntarle «¿Por qué?» a este «español del Perú». Igual su respuesta ya está en la propia novela: «Aprendí que todo el mundo, sin excepción, podía ser tema de cuento.»
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GARCÍA MÁRQUEZ, en un cuento
Si aún no se está en sazón o en situación para leer los Cien años de soledad, en tanto llega este momento o por si nunca llega, o para prepararlo aún mejor, conviene empezar a leer a Gabriel García Márquez por su libro Doce cuentos peregrinos. (Nótese la ausencia del cursi «relato»). Los mejores de la docena son: «El avión de la bella durmiente», «La santa», «María dos Prazeres», o «La luz es como el agua». Pero ninguno tan fabuloso como «El verano feliz de la señora Forbes». Desde hace más de veinte años planteamos a los alumnos que lo leen, incluso a los extraños que en el metro lo van leyendo, la misma pregunta, que luego lleva a otras dos, acerca del desenlace de este cuento en el que Grecia, Colombia, Italia, Alemania y la infancia pasan unos días de verano sin padres, asilvestradas, juntas y revueltas. Como el que no quiere la cosa, el autor deja caer estas líneas: «La decisión de contratar una institutriz alemana solo podía ocurrírsele a mi padre, que era un escritor del caribe con más ínfulas que talento. Deslumbrado por las cenizas de las glorias de Europa, siempre pareció demasiado ansioso por hacerse perdonar su origen, tanto en los libros como en la vida real, y se había impuesto la fantasía de que no quedara en sus hijos ningún vestigio de su propio pasado». Pero «por la tarde, de regreso a casa, encontramos una enorme serpiente de mar clavada por el cuello en el marco de la puerta, y era negra y fosforescente y parecía un maleficio de gitanos, con los ojos todavía vivos y los dientes de serrucho en las mandíbulas despernancadas. Yo andaba entonces por los nueve años, y sentí un terror tan intenso ante aquella aparición de delirio, que se me cerró la voz…»
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QUIZÁ EL MEJOR ESCRITOR NORTEAMERICANO DE LA HISTORIA
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Thornton Wilder
Thornton Wilder (1897-1975), junto a Truman Capote, nuestro escritor norteamericano favorito, desborda cualquier molde: profesor vocacional, trabajó para los servicios de inteligencia durante la Guerra, desde muy joven enamorado de Italia y de España, uno de los hombres más cultos pero menos pedantes de la historia: pocos conocieron y admiraron como él a Lope de Vega, a Julio César, los Virreinatos, los EEUU más cultos y los más sencillos. Fue profundamente religioso: entendía que había un extraño misterio intrínseco a la vida humana, y que ese misterio tenía que ver con el amor y con la libertad. Pocos han escrito mejor y tienen una obra más honda, con libros más distintos entre sí. Tuvo y tiene una legión de lectores en el mundo entero. Por todas estas razones, a pesar de que Julián Marías lo propuso oficialmente para el Nobel de literatura, el Comité del premio ni se planteó dárselo.
Visita su web.
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The Ides of March
The Ides of March (1948) es una novela epistolar, hecha de cartas entre Julio César –uno de los hombres más interesantes y singulares de toda la antigüedad– y su entorno, real e imaginario. «…the knowledge that most attracts the young mind: that the crown of life is the exercise of choice». «…for it is by taking a leap into the unknown that we know that we are free. The unmistakable sign of those who have refused their freedom is envy…». «Imprisonment of the body is bitter; imprisoment of the mind is worse». «The audience at a theatre is the most moral of congregations». «Responsibility is liberty».
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Our Town
Our Town (1838) es una obra de teatro aparentemente muy sencilla, la más popular aún hoy entre los escolares norteamericanos; pero además de su cercanía a la vivencia más personal y elemental de cada persona, resulta ser pura vanguardia. Thornton Wilder renueva con ella su propia concepción del teatro: sin decorados, con un “Stage manager”, que resulta ser…, baste decir que Paul Newman quiso que fuera su último papel en esta vida. De su concepción del teatro escribió Wilder: «The response we make when we “believe” a work of the imagination is that of saying: “This is the way things are. I have always known it without being fully aware that I knew it. Now in the presence of this play of novel of poem (of picture or piece of music) I know that I know it».
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Heaven´s My Destination
Heaven’s my destination (1935) es la novela que más irritó en su vida a Sigmund Freud, no podía soportarla. Se había acusado a Wilder de ser muy diestro escribiendo sobre la bohemia de los felices años veinte en Italia, sobre Roma o los Virreinatos, pero incapaz de entender desde su altísima cultura el espíritu básico del norteamericano medio. No contestó. Al cabo de un tiempo apareció esta novela suya sobre un puritano religioso de lo más profundo de los EEUU. Este personaje, con tantos rasgos del Quijote, explica como nadie esta faceta tan extraña pero esencia a la vida del país: «George Brush is my name, America’s my nation, Ludington’s my dwelling place, and Heaven’s my destination».
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Thornton Wilder, Lili Palmer y Lope de Vega
Thornton Wilder habla sobre Lope de Vega con Lili Palmer, en una entrevista de la NBC, en 1952.
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The Bridge of san Luis Rey
The Bridge of San Luis Rey (1927) es una de las novelas más especiales de la historia. Se divide en tres episodios en torno a tres personajes, en el Perú virreinal de 1714, que todo español e hispanoamericano debería conocer y (creemos) admirar; pero sobre los Virreinatos ha caído una las más ominosas campañas para borrarlos de los corazones, de las mentes y de los libros. Pepita, Esteban y el tío Pio los traen a la vida ante el lector. Hay varias películas del libro, ninguna digna de él. A última hora, la novela trata acerca del “destino” y de la complejidad del amor. «Even the memory is not necessary for love. There is a land of the living and a land of the dead, and the bridge is love».
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Theophilus North
Theophilus North (1973) es la novela en la que Thornton Wilder se despide de este mundo, y rinde homenaje a todos los encuentros y situaciones que vivió o podría haber vivido. Mr. North es un joven profesor en la década de 1920, trasunto literario del propio Wilder, que habla incluso de Unamuno y de Ortega. «What I want to see is a million faces. I want to read a million faces!». «To the impassioned will nothing is impossible».
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The Angel that Troubled the Waters
The Angel that troubled the waters (1928) es una de las “Obras de tres minutos” que compuso Wilder, sobre todo en su adolescencia y juventud. Es también una de las mayores revelaciones teológicas escritas en el siglo XX, cuando nadie escribía obras de tema y contenido religioso. Esta lo es, con la mayor hondura que quepa imaginar. «In Love’s service only the wounded soldiers can serve».
AZORÍN, EL MAESTRO
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Azorín
No se llega a la vanguardia, la que representan las llamadas Generación del 14 (la de Ortega, Ramón, Picasso o Juan Ramón) y del 27 (la de Federico) sin hacer pie en el Siglo de Oro que, en España, a su vez lleva dentro, viva, la Edad Media. Esa labor la hace la Generación del 98 y, dentro de ella, muy especialmente quien le dio nombre en un artículo en ABC, en 1913: José Martínez Ruiz, Azorín. Él fue y es maestro de escritores (lo que se conoce como “un escritor puro”, alguien que nunca quiso ser otra cosa, ni cedió a serlo), cumbre del periodismo literario español que nace, en buena medida, con Feijoo. Con todos aquellos autores vivió Azorín en un “sinfronismo” que, como nos explicó Ortega («Azorín o primores de lo vulgar», en El Espectador II’), consiste, no en coincidencia en el tiempo (el mero sincronismo) sino en coincidencia de espíritu con hombres y mujeres de otras épocas, de modo que un extraño hilo invisible los une. La pregunta que se hacía Julián Marías –«¿Quién lleva dentro a Azorín?»– es más oportuna que nunca, ahora que, descorazonados, comprobamos cómo uno de los males silenciosos que corroe la vida artística, política y académica de España es que casi ninguno de sus actores «lleva dentro» nada de la mejor literatura y el pensamiento españoles; lo desconocen completamente, o lo desprecian, malbaratados a cambio de cuatro autores extranjeros “de prestigio” que les permiten citar y “socializar”. Pero allí sigue Azorín, esperándonos, siempre paciente, confiado, con un punto de ironía y otro de ternura: «hombre delicado, fino, inteligente, sensual» (Ortega). Azorín, que se dio el título de “pequeño filósofo”; y si alguien se lo discute, Julián Marías acallará esas protestas «porque la filosofía no es patrimonio de quien tenga ciertos títulos sino de quien de hecho la cultive.»
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Castilla
Para muchos, Castilla, publicado en 1912 es el mejor libro de Azorín. No es que nosotros no estemos de acuerdo, tan solo es que le añadiríamos, hermanados en calidad y necesidad, al menos otros diez. Pero sí que es buena opción para empezar a leer al maestro, porque en Castilla, en cada uno de los capítulos, está todo Azorín. «Cuando sopla el aire, se ve en los balcones abiertos cómo unas blancas, nítidas cortinas salen hacia afuera formando como la vela abombada de un barco. Todo es sencillo y bello en la casa». De Castilla dice el propio Azorín en el breve prólogo: «Una preocupación por el poder del tiempo compone el fondo espiritual de estos cuadros. La sensación de la corriente perdurable –e inexorable– de las cosas, cree el autor haberla experimentado al escribir algunas de las presentes páginas». Ese poder del tiempo lo llevan los trenes a lo largo de todo el libro: «Sí; tienen una profunda poesía los caminos de hierro». ¿Qué hubiera pasado si Calixto no se hubiera matado? Azorín lo imagina en este librito que podríamos resumir en su famoso: «Vivir es ver volver». Leyendo Castilla «se goza de un profundo silencio».
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Lope en silueta
Junto con el Lope viviente, de Ramón Gómez de la Serna, Lope en silueta, que publicó la estupenda Cruz y Raya, en 1935, quizá constituya la mejor fuente para entender a Lope: «La sensualidad de Lope no es, en último término, sino una forma de poesía». Este libro brevísimo está también entre los mejores de Azorín, y eso es ya mucho decir. «Un libro solo puede bastar en la vida. Un libro solo si lo sabemos bien leer. Un libro solo si a la par observamos la realidad y ponemos fervor y amor en la observación.»
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Una hora de España
Una hora de España, el discurso de ingreso de Azorín en la Real Academia, en 1924, es en realidad un manifiesto de sus mejor y más personal estilo, entre la novela, el guión de cine, el ensayo, el artículo de prensa y lo teatral, todo unido por el lirismo y por ser capaz de poner en letra el tiempo, las nubes, el sonido del mar, los olores. Es difícil pintar mejor España y el Siglo de Oro. En el capítulo «El veredero», habla del desastre de la Gran Armada y de cómo la noticia le llega a Felipe II: «Habrá sonado para España una hora decisiva. ¿Se abrirá en la historia otra perspectiva para España? Nadie sabe cuál es la hora en que la historia divide dos épocas. Pero esta nueva que el veredero lleva en su zurrón, va a hacer meditar al anciano retirado en su cámara. Toda España va a meditar. ¿Cuál será el destino que el porvenir le reserve a España? ¿Volverá a ser grande la Patria, o irá fatalmente hacia la ruina? Un mundo ha sido descubierto; España está creando otra gran Patria. En estos mismos días de desolación, España es la más fecunda de las naciones europeas.»
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Doña Inés
La lectura de Azorín no es simplemente algo que se haga, sino un estado en el que se está –nunca impunemente–. Se requieren unas condiciones previas del alma; con ellas cuenta el escritor y director de cine José Luis Garci.
En Castilla supo Azorín cómo enmendar a Campoamor, quien había escrito que “vivir es ver pasar”; no, no, corrige el pequeño filósofo, “vivir es ver volver”. El cine de Garci hace una nueva lectura de esas palabras; que, primariamente, vivir es ver. Ortega escribió en Meditaciones del Quijote: “Pero hay sobre el pasivo ver un ver activo, que interpreta viendo y ve interpretando; un ver que es mirar”. En la más lograda película de Garci hasta el momento, Canción de cuna, dice el médico: “Saber mirar es saber amar”; ahí anidaba el alma azoriniana de nuestro escritor y director de cine.
Este año Garci ha presentado su película Historia de un beso; cabe pensarla como una adaptación no expresamente buscada (una decantación) de la novela de Azorín Doña Inés (Novela de amor).
“Las cosas no son a todas horas las mismas. La luz las hace cambiar a cada momento”; Azorín admira en Proust su genialidad para describir hasta agotarlo un crepúsculo, y distinguirlo del que acontece la tarde siguiente. Las películas de Garci se desarrollan, muchas, en el mismo paisaje de Asturias, bajo variaciones de luz que la cámara de Garci trata de captar, para salvar algunas vivencias de los efectos del tiempo.
Andrea (Ana Fernández), protagonista de Historia de un beso, tiene mucho de doña Inés –en edad, encarnación, peripecia vital–, casi lo es. Su historia de amor y “tiempos confundidos” con Blas de Otamendi (Alfredo Landa) culmina en la que es a la vez declaración de amor y despedida más hermosa, en luz y tiempo –que en cine son el tono–, de todo el cine que yo haya visto. Las palabras de Otamendi son, en el fondo, sin pretenderlo Garci y su coguionista Horacio Valcárcel, las de doña Inés a su tío don Pablo: “La dicha que perseguimos, muchas veces no puede realizarse. Realizarla a medias, es peor que no realizarla nada. Usted sabe lo que quiero decir”.
Antonio Castillo Algarra, publicado en Blanco y Negro Cultural, 21 de diciembre de 2002.
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Azorín por Ramón
«Azorín, con una fuerza de reserva, de restricción, de vida alerta, en una hora decisiva, ha sostenido el concepto literario de España sobre el nivel del mar…», dice Ramón. El maestro Azorín cuenta con «esa riqueza insuperable que es el desconsuelo», «y un día llega a ser como sacristán de toda España, con las llaves de sus sacristías y tesoros, completándose la idea con un título –conllevado muchas veces por los sacristanes–, el título de organista máximo.» «A veces mira a la maleta, que es más simpática que el baúl, y la pregunta: “¿Qué, nos vamos?” La maleta responde: “Estoy siempre pronta.”» Azorín «siente como nadie el vacío que ha de quedar tras sí». «Pinta habitaciones, pero lo que sobrepasa ese realismo es que mete en ellas el tiempo, ingrediente casi inédito en la literatura». «De las estrellas habla constantemente en su obra, sin hacerlas nunca juguetes». «Es albacea de esa fortuna literaria que no pertenece a la Academia, sino a los predilectos y a los que son de nuevo únicos». «Hubo un tiempo en que Azorín llenaba el espacio de mi Madrid como un fantasma inmenso, como el espectro literario que sirve de fondo a la ciudad inútilmente real.» «Azorín, con su sombrero de copa, paraguas rojo, monóculo y unas botas un poco grandes, estaba pegado en todos los parajes de la ciudad como nuevo sistema de entrecomillado…». «Toda la multitud española le ignoraba, y por eso era grato encontrarle en la calle de la Montera como montado en toda la multitud y llevando el estandarte invisible».
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Madrid
En Madrid (1940), al empezar a ser viejo y después del horror de la guerra, Azorín recuerda su llegada a Madrid, desde Alicante, en el otoño de 1895: «No se puede saber lo que será la vida de un muchacho que comienza a escribir: si drama o comedia. Pero él siente ansia irreprimible por ser uno de los actores de la comedia o del drama.» Ve a los escritores y demás artistas famosos: «…todo está con ellos y nada está conmigo. Andando el tiempo puedo ser uno de ellos, y ahora, desconocido, sin valimientos, solo tengo mi cuartillo con el pobre menaje y con la ventana en el techo, que deja caer la luz en las cuartillas». Va conociendo a Clarín, Maragall, Valle, Unamuno, Baroja, Castelar, la Pardo Bazán…, consigue llegar a la cumbre: publica en EL IMPARCIAL su famosa Ruta del Quijote, una nueva forma de hacer periodismo, que quedará para ¿siempre? Pero, como suele pasar, al poco tiempo, fueron dejando de publicar sus artículos: «El mutismo de la dirección me inquietaba. No pasó más. Se acabó La Andalucía trágica y yo descendí confuso de la cumbre del gran diario». Pero él persevera, a veces con solo un panecillo para comer en todo el día. Nace con él la Generación del 98, desde Castilla («La visita que en 1900 hicimos a Toledo, fue capital en el desenvolvimiento de la escuela.» Y José Martínez Ruiz se va haciendo Azorín: «Nada se ha desvanecido en el tiempo. Tengo la certidumbre honda, inconmovible, de que todo es presente.»